Por Waldemar Verdugo Fuentes

“Amo una piedra de Oaxaca...” (Gabriela Mistral)
Cuando la escritora chilena Gabriela Mistral visita la zona, escribe: “La ciudad de Oaxaca fue fundada en un valle del que todos tendríamos justa noticia si la América se conociere lo mejor de ella misma, lo único indudable de ella, que es su geografía maravillosa”. Oaxaca es el petróleo refinado, es talabartería, los textiles, la cerámica, el turismo y la Quelaguetza, la orfebrería y los recursos de la minería; es el grafito concentrado, la mica y el hierro, el carbón, oro, plata, cobre, zinc, titanio. Es el maíz y la azúcar, el frijol, el trigo, el arroz y la alfalfa verde, el ajonjolí y el tabaco. Es el café llamado “oro”. Es el papel y hermosas lenguas y dialectos. Es la fruta: aguacate, piña dorada, limón agrio, sandía, guayaba olorosa, melón y papaya. Oaxaca es la tierra del venado y del zanate de oro, el ave misteriosa que habita la curva del encanto.
Y es una expresión furiosa de la tierra:
sesenta millones de años atrás, en el llamado período Terciario, el territorio
que es Oaxaca estaba cubierto de mar; entonces los océanos del Pacífico y el
Golfo de México se encontraban unidos. Cuando llegó la época Cenozoica,
brotaron las montañas y se hicieron los valles que hoy configuran la zona. Del
mar que fue Oaxaca se sabe algo por los testimonios que rescatan los
arqueólogos, fósiles marinos, restos de animales antediluvianos, plantas
petrificadas... El hombre oaxaqueño comenzó a reinar en el lugar de un pasado
remoto, ubicándose este como uno de los asentamientos humanos prehistóricos de
nuestra civilización: es la razón de que su mitología sea maravillosa. Las
pruebas científicas verifican que 10.000 años antes de la era actual, ya
merodeaban los nómades por la región; 3.000 años antes de nosotros hay restos
de una primera cultura organizada, con sus propios mitos a imagen y semejanza
de sus sueños. Estos poblados originales conservan aún la personalidad y el
carácter que, en tiempos prehispánicos, los hicieron creadores de culturas tan
fastuosas como las de Mitla y Monte Albán, que tratamos aparte.
Ahora, para sólo rozar la mitología que nace
en Oaxaca no bastaría un libro entero, sin embargo, algo podemos insinuar, por
ejemplo, acerca de la creación del hombre según como preservan el mito las poblaciones de Mixtecos y Zapotecas: los
dos grupos humanos más antiguos de Oaxaca. Para don Pedro de Atzompa, alfarero
en barro negro y limpiador zapoteca, “el aliento y respiración divina que es
Pitao creó la Tierra con fuego, piedras y terremotos. Al mismo tiempo hizo al
hombre, para que trabajara y lo venerara.
Pero el hombre se olvidó de él. Entonces volvió a hablar Pitao, de modo
severo, con fuego, piedras y terremotos, hasta que él todo se incendió y
comenzó a morir. Aquellos que al huir
del fuego se metieron al agua, se convirtieron en peces; los que treparon a las copas de los árboles
se hicieron monos; quienes ascendieron a las montañas, volaron vueltos aves
antes de alcanzar la cima. Otros, que gatearon despavoridos, se tornaron
tlacuaches y los que se arrastraron se volvieron culebras y así, surgieron
todos los animales de la creación. Los hombres que se arrepintieron hondamente,
sobrevivieron en la Tierra con sus mujeres y procrearon hijos, que son los
hombres que trabajan y aman a su dios”.
Para los Mixtecos la creación se hizo de
otro modo. Para don Roberto de Juxtlahuaca, hacedor de juguetes de madera y
maestro mixteco, “en el principio todo era caos y confusión. No había ni luz,
ni días ni años. Imperaba la oscuridad y
la tiniebla y el agua inundaba la faz de la Tierra: en su superficie únicamente
existían limo y lama. Aparecieron
entonces el dios Uno Ciervo, que por sobrenombre tenía el de “culebra de león”,
y una bellísima diosa, cuyo nombre era también Uno Ciervo y cuyo sobrenombre
era “culebra de tigre”. No teniendo donde reposar, sacaron del agua una gran
peña, sobre la que construyeron hermosos palacios. Esta peña estaba en un cerro
muy alto, junto al pueblo de Apoala. En el techo de sus suntuosas habitaciones,
los dioses tenían una hacha de cobre con el filo hacia arriba: sobre el filo
estaba el cielo, paraíso de felicidad y abundancia. Tuvieron dos hijos, uno que
se transformaba en águila y que se llamaba “viento de nueve culebras”, y otro
que se convertía a su antojo en rara serpiente alada y que tenía por nombre
“viento de nueve cavernas”.
"Estos hermanos -sigue don Roberto-, el
águila y la rara serpiente alada hicieron jardines con perfumadas flores,
frutos exquisitos, especias y hierbas de olor.
Acostumbraban hacer las primeras ofrendas quemando beleño molido -en vez
de incienso- en pequeñas vasijas de barro. Viendo que no tenían para su
descanso más que ese mínimo vergel, suplicaron a sus padres que las aguas se
separaran de la tierra y se distinguiera la luz de la oscuridad. Los hermanos
tuvieron esposas que engendraron más dioses, pero continuaban rogando por la
claridad y la tierra seca. Así, un día les fue concedida su petición, hubo un
gran diluvio, perecieron muchos dioses; más, calmado el diluvio aparecieron el
cielo y la tierra, por aliento del Creador De Todas Las Cosas. Los hombres se
recuperaron y se pobló la mixteca”.
Es cierto que Oaxaca está formada por
plegamientos espectaculares de la corteza terrestre. Tres sierras gigantescas
la conforman: la Sierra Madre Oriental, la Sierra Madre del Sur y la Sierra
Atravesada, que al conjuntarse integran el bien llamado Nudo Mixteco, con sus
muy respetables alturas: enumerando diremos que en territorio del grupo Mixe
está el cerro de Zempoaltépetl, con 3.396 metros de elevación. En la sierra de Ixtlán destacan las alturas
del Cuajimaloyas (2.814 metros), el cerro del Campanario (2.600 metros), el
Malacate (2.500 metros), el Nindá Naxinda (2.900 metros), y otros que no
destacan tanto por su altura sino por sus peculiaridades, como el cerro Rabón
(1.830 metros), en cuya cima existe una laguna, y el cerro de Los Frailes
(2.725 metros), desde cuya cima puede ser contemplado el Pico de Orizaba, con
sus 5.580 metros de altura. En la frontera oaxaqueña con Chiapas está el cerro
del Baúl (2.028 metros), en Tlaxiaco el Yucamino (2.875 metros) y existen otras
alturas notables, como el cerro de la Sirena (3.200 metros), el de Tres Cruces
(2.700 metros), el Balcón (2.800 metros), el Gordo (2.680 metros)... caminos
que elevan a lo alto y crean y recrean la fábula del hombre de esta parte de
América.
A estas alturas de Oaxaca corresponden
profundos barrancos, sumideros y grietas insalvables. Así, la tremenda cañada
de Cuicatlán -la más grande del Estado- esconde el Cañón de Tomellín que
origina el río Atoyac. Descender otro cañón, Ixtlayutla o el de Yucuxina, es
trabajo inmenso; espeleólogos de todo el mundo visitan comúnmente la zona para
explorar alguna de sus cuevas, por ejemplo, la llamada del Sótano de San
Agustín nunca ha sido extensamente estudiada, y como esta varias más, porque
Oaxaca, se sabe, esconde algunas de las grutas más profundas de nuestro
planeta, que ha creado alrededor de estas bocas de la Tierra toda una
cosmología. Por decir, como la que existe sobre la Fortaleza de Guiengola, en
el Istmo de Tehuantepec, donde la enorme caverna está habitada por los genios
de la cordillera y por las ánimas de los progenitores, y que sirviera de
refugio de bravos héroes de la raza. En Guiengola, ídolos multicolores ruedan
sin fin, puliendo sus cuerpos de ónix, granito y obsidiana, entre caminos de
árboles interiores de frutas al alcance de la mano, deliciosas; transitan
calmos y serenos animales salvajes, como eran antes de que comenzaran a huir
del hombre. En muchas rocas de la gran gruta, los jeroglíficos van relatando
verdades perdidas, dibujadas por quizás qué mano venerable. Sin embargo, nada
puede ser extraído de Guiengola, pues quien se atreviera a pensarlo siquiera
sería extraviado sin remedio en sus oscuros laberintos. Aquí sabemos que
Guiengola es una de las entradas al Reino Interior, que tiene su propio sol y
sus propias estrellas y donde viven personas como nosotros.
Cuando se observan con detenimiento los
fenómenos naturales -el día y la noche, el cambio de las estaciones, las edades
del metal y la rosa- aflora una cierta recóndita convicción del poderío que
necesariamente debe mover estas fuerzas, y nace la búsqueda por ser grato a ese
poderío, y que nos favorezca. Así, poco a poco hemos venido entendiendo el
ritmo propiciatorio, por ejemplo, de ciertas fechas para sembrar, otras para
recolectar los frutos tan costosos de arrancar de la tierra; pero además del
ritmo, el hombre confía en sus actos de respeto por el dios o los dioses que
sean, esperando mejores cosechas y no caer bajo el enojo divino que mata.
Y si a través de nuestra historia enumeramos
deidades y les damos nombres poderosos para el logro y para contrarrestar el
mal (sea cual sea la idea que se tenga de él); en nuestros dioses nos
refugiamos y vincula el hombre íntimamente a ellos su vida, encontrando
explicación a muchos misterios y ayuda de lo que no conocemos, de lo
indescifrable. Se sabe que el mayor dolor del alma es sentirse abandonada por
sus dioses porque el hombre solo sobrevive siendo humilde, por eso inventa
seres superiores que le ayuden a interpretar los fenómenos de la Naturaleza;
piensa dioses buscando fe y confianza en que vivir no es en vano, para
disminuir dignamente los dolores, responder a todo lo que nuestra inteligencia
no sabe explicarnos y, muy principalmente, inventamos seres superiores para
enfrentar no tan solos el inevitable fin del tiempo que nos toca a cada cual
vivir.
Como es común en los más arcaicos núcleos de
florecimiento humano, en Oaxaca a los grandes dioses mayores -el Sol, el Agua,
la Tierra- complementan su cosmogonía incontables dioses menores, pues en
general piensan que todo lo existente lleva en sí esencia de divinidad, y
hablan de un dios-tormenta, dios-árbol, dios-rayo, dios-animal, dios-hombre...
viéndose en estos caminos dioses humanos y humanos divinizados, en una escala
que va de lo pequeñito del ser frente al Universo, hasta el hombre todopoderoso
que puede ir a las estrellas y volver a su arbitrio. Y en esta escala oaxaqueña
los peldaños son incontables; ocupando
sitio seres mágicos con atributos fantásticos, provistos de peculiaridades
divinas, capaces de trastornar el orden de las cosas, ocupando sitio
adivinos, magos, brujos,
hechiceros, chamanes, curadores
del mal y del bien, que por misteriosas razones tienen acceso a los
secretos de la vida, a esa zona vedada a uno.
El peligro de muerte y la enfermedad son
trances en que la magia puede aportar una cierta acción paliativa y, ¿por qué
no?, obtener ayuda divina preferentemente si quien la pide está en posibilidades
de hacerlo con sus ritos aprendidos en miles de años de transmisión oral.
Mientras, además de sembrar y cosechar en el tiempo adecuado, el hombre va
aprendiendo otras cosas; sabe, por ejemplo, que hay hierbas que lo alimentan y
otras no. Unas plantas serán remedios eficaces, otras brindarán un grato
condimento, estas serán de raro efecto en la mente, las de allá son venenosas y
las de este lado sirven para que subsistan otras, o permitan la vida de la
fauna, también sagrada. Admirado por la
destreza del animal, de este trata de lograr su velocidad, de otro su fuerza y
de aquel su habilidad para la subsistencia.
El aire claro y la niebla espesa, la piedra, el agua, el fuego, los
cerros y las montañas, la cañada, cada valle, la gruta, caverna y cueva, el
río, la selva, el desierto oaxaqueño cobijan vidas divinas y seres
maravillosos, algunos terribles, comprendidos por cada tribu de modo distinto,
con explicaciones propias de su origen individual como etnias, de acuerdo a su
propia cultura, porque entiéndase, cada uno de los catorce asentamientos
tribales de Oaxaca tiene una cultura propia, volviendo en muchas lenguas el
pensamiento, la palabra, el canto, música, arte y temor y reverencia a lo
desconocido.
Zapotecas; Mixtecos; Mazatecos; Chinantecos;
Mixes; Chatinos; Amuzgos; Cuicatecos;
Huaves; Chontales; Triques; Popolocas;
Ixcatecas; Chochos; Zoques;
Naoas; algunos con origen
absolutamente desconocidos, otros con antepasados que se remontan a miles de
años, en que ni sus guerras internas ni la evangelización han logrado desterrar
totalmente sus dioses, que están vivos, algunos disfrazados con nombres y
ropajes cristianos, en una extraña mezcla que, de alguna manera, une el temor
del aborigen con los miedos que traían en su mente los europeos. Así, el Pitao,
gran dios gigante zapoteca, sobrevive interpolado en el dios cristiano; el
Sabi, espíritu mixteco de la lluvia, es también San Marcos, y la Virgen de
Guadalupe posee el poder de Tonantzin para los naoatls; es verdad que en Oaxaca
es muy difícil distinguir dónde terminan los dioses antiguos y comienzan a
actuar los nuevos, lo que hace infranqueable encontrar la definición del
territorio “de poder” entre unos y otros.
A ciencia cierta, se desconoce de dónde
vinieron los primeros que poblaron Oaxaca; los investigadores deducen diversos
orígenes sin ponerse de acuerdo. Hay
quienes dicen que fueron Toltecas pero también hay fuertes influencias Olmecas:
se supone que llegaron en tiempos cercanos unos y otros, hace milenios. Sin
embargo, dice el maestro zapoteca Gabriel López Chiñas, "los
investigadores podrán tal vez, encontrar la verdad científica de nuestro
origen; pero nosotros los binnizá de Oaxaca vivimos, soñamos y morimos asidos a
la verdad poética de nuestra antigua mitología”.
Cuando los españoles llegaron a Oaxaca
vieron rasgos de cosas nunca antes vistas: lejanos eran los días en que una de
sus ciudades sagradas, la soberbia Monte Albán ya había sido abandonada por sus
constructores, los bellos gigantes llamados "binnigulaza":
"procedentes de las nubes, se aparecieron en el cerro sagrado Daniban,
donde enterraron el cuerpo enorme de su legendario caudillo Xozijo; enclavada
en el corazón mismo del gigante enterrado se construyó la magnífica Monte
Albán" (Códice Zapoteca). Al inicio de la invasión extranjera se cerró la
puerta de Mitla, en zona zapoteca, donde está la entrada y la salida de la
eternidad; aunque ya hacía siglos que la ciudad del tiempo había sido tragada
por la tierra, y la encontraron los españoles poco menos que como está hoy:
semi enterrados sus muros de piedra cubiertos de escritura tallada con la
historia de Mitla, señalada como una de las ciudades ceremoniales más
importantes de América, que albergaba escuelas de botánica y matemáticas, de
poesía y medicina; sus astrólogos dejaron escrito en la piedra la forma redonda
de la Tierra y un calendario de eventos que se inicia en el pasado olvidado y
se pierde en el futuro ignorado.
Ya los pueblos de Oaxaca poca fuerza tenían
para combatir entre sí; hacía unos doscientos años que la fortaleza magnífica
de Teozapotlán y su constructor Zaachila I, rey de los Zapotecas, se habían
establecido como un centro cultural en la región. Su hijo Zaachila II,
fallecido, no urdía sagacidades políticas para doblegar a los invencibles
Mixes. El legendario 8 Venado de los códices, "Garra de Tigre",
unificador de los Mixtecos, había dejado de extender sus dominios por los
valles como lo había hecho en los primeros tiempos del año 1000. Zaachila III
ya no combatía contra los Aztecas, desde que su hijo heredero de sus glorias
Cosijoesa, había llevado su fidelísimo amor a la hija del Ahuízolt, el rey
Azteca. Cuando llegaron los conquistadores, el descendiente legítimo de
Cosijoesa, Cosijopü, que significa "Rayo de Aire", fue bautizado
"Juan Cortés". Pronto, el primer asentamiento español en Oaxaca:
Segura de la Frontera, fue llamado Antequera junto con el nombramiento de
Hernán Cortés como marqués del Valle de Oaxaca. El nombre de Antequera fue
tomado de su homóloga, la antigua Anticaria, ciudad cercana a Málaga en España.
Luego de varias Cédulas, el 25 de abril de 1532 el rey de España expidió el
título de Ciudad a la Villa, otorgándole su propio escudo de armas.
Fueron solicitados los servicios del
arquitecto Alonso García Bravo para que organizara el trazado urbano en el
valle, que incluía, además de la ciudad capital de Oaxaca, las villas de
Cuilapan, Etla y Tlapacoyan, que componían el marquesado. García Bravo fue el
mismo que había hecho los planos de la Ciudad de México y de Veracruz, por lo
que sabía bien de utilizar las construcciones magníficas, templos y
asentamientos de los naturales, algunos de varios miles de años, cambiando la
fisonomía urbana de Oaxaca, hasta dónde pudo, al gusto español.
Se anuncia el verano en esta mañana olorosa
de primavera que ando por las calles de la ciudad de Oaxaca. Mi primera
impresión es la de que el mundo ha disminuido de estatura; ningún edificio
alcanza altura desmesurada; los sólidos portales de la Plaza Mayor de
exuberancia tropical son bajos y profundos, los pilares macizos están hechos
para soportar gruesas estructuras, pero las casas del centro no tienen más de
dos pisos, de grandes muros y brotando de suelos de roca por los que alguna vez
cruzaban fuertes comitivas. Los interiores están plagados de flores que parecen
brotar de los exquisitos ventanales de hierro y puertas con motivos labrados
que parecen seres vivos de metal brotando de las maderas finas y sólidas. Los
contrafuertes exteriores macizos de hierro le prestan a las casas aspectos de
fortaleza; hay profusión de metal forjado, se ve aplicado en barandales, rejas,
llamadores, bisagras, bocallaves, terminaciones de motivos sencillos pero que
se hacen arte por la perfección del trabajo artesanal aplicado. De una pieza
curva que sujeta ventanas, veo brotar ramos de hierro que se inclinan hacia
abajo, como reverentes para estallar en grandes flores de anchos pétalos,
sutiles pistilos, con toda gracia plástica. Al interior son casas coloniales
plagadas de espejeantes azulejos y fina cantería. Su portada es simple: un
dintel cuadrado entre columnas, y un balcón arriba, también entre columnas, que
descansan sobre las de abajo. Todo con gran predominio del muro, del lleno,
sobre los vanos. Son casas construidas en plan de defensa contra los
terremotos, que no son poco frecuentes aquí.
Dominando este conjunto de edificios bajos,
destaca el Templo de Santo Domingo, arrogante, desde sus bóvedas se domina toda
la población. El templo y monasterio de Santo Domingo sigue esta construcción, es
poco más alto y le han agregado hacia arriba nada más las torres de los
campanarios; a su alrededor parece haber ido formándose por agregación de
sucesivos edificios; primero un patio, luego otro, luego otro. El claustro
principal de Santo Domingo es de las obras coloniales más conocidas de Oaxaca;
hay en su centro una fuente que en un tiempo estuvo adornada de columnas; sus
corredores están formados por arcos de medio punto que descansan en medias
muestras adosadas a pilares; estos pilares por el exterior hacen de
contrafuertes y por dentro sobresalen en grandes resaltos rectangulares, en los
que hay retratos pintados hoy en restauración. Tiene el claustro bajo bóvedas
nervadas y el alto vaídas. El patio llamado de la Torrecilla evoca en sus
grandes bloques de piedra el aspecto de un castillo medieval: en dos de sus
ángulos hay entradas a pasadizos interiores. La gran escalera que sube al
convento está cubierta con una rica bóveda decorada como la del crucero del
templo, que en su decoración interior tiene gran magnificencia, está ricamente
ornamentado; luego de ver el interior del santuario, uno recuerda la leyenda
que habla de que bajo estas piedras bruñidas hay un tesoro oculto; creemos que
el tesoro es todo este rico templo de Santo Domingo. He podido ver Oaxaca desde
lo más alto del templo; en el extremo de un cerro veo un paseo que domina una
estatua del héroe oaxaqueño Benito Juárez, señalando con sus diestra extendida
la estación del ferrocarril. Dicen que cuando algún forastero se muestra
disgustado de la ciudad, lo llevan ante esa estatua que le señala el camino por
donde debe alejarse. El rocío mañanero le da a Oaxaca una coloración verde, es
la humedad que acentúa ese color en la piedra antigua. Parece desde lo alto una
ciudad toda de jade, muy sólida y vigorosa.
Conversamos con el cronista Erasto León
Zurita, autor de "Oaxaca, rostro antiguo", quien dice que la llegada
de los españoles cambió marcadamente la fisonomía de la zona: "Ansiosos
por estrenar sus casas, los vecinos, de acuerdo a su rango fueron haciendo
construcciones, utilizando en muchos casos las piedras y materiales y hasta el
mismo sitio de los templos antiguos, de las ciudades ceremoniales, de los
sitios conquistados, que fueron aniquilados entregando sus bienes a los
conquistadores, quienes fueron sumándoles una serie de productos de su tierra,
con los cuales aminorar la nostalgia. Junto al trigo se trajeron la cebada, el
arroz, la avena. Se sorprendieron con el tomate, el jitomate, el cilantro y el
chile (ají), sólo que les escaldaba la boca y entonces lo complementaron con
azafrán, anís, perejil, laurel, con los que pudieron guisar sus alcachofas, sus
puercos y sus garbanzos. A la papa, el cacao, el camote americanos, les
agregaron los rábanos, la zanahoria, el café, la lechuga y una extensa variedad
de frutas como la calabaza, las sandías, los melones, los higos, la fresa, el
plátano, la naranja y, claro, la uva. Alguien estimó conveniente utilizar el
arado, junto con los que lo jalaban. Bueyes, caballos, asnos entraron a la faena.
Hombre y animal aportaron una imagen nueva. Toros y vacas hacían más nutritiva
la dieta.
"Pero no bastaban los animales de carga
y a lomo de indígena se hacía igual toda la labor pesada. El maltrato sumado a
las enfermedades que también trajeron, hasta causar epidemias devastadoras en
ciertos tiempos, hicieron insuficiente la fuerza indígena. Los negros africanos
importados llegaron a ocupar el más bajo escalón de la pirámide social. Pero,
pronto se inició el mestizaje. Surgieron españoles, criollos, mestizos, mulatos
y negros que hicieron más confusa la situación social indígena. La explotación para extraer los metales de
las minas en Oaxaca fue una de las más crueles practicadas en América; la
ambición española se había visto exacerbada desde que Moctezuma les había dicho
que gran parte del oro Azteca provenía de la Chinantla oaxaqueña, de tal manera
que esperaban que las montañas fueran de oro puro, con un poquito de tierra
encima. Cuando descubrieron unas buenas vetas en Santa Catarina Mártir, en
1580, se desató una fiebre que duró un tiempo, pero la mano de obra de negros e
indígenas resultaba cada vez más dificultosa, cuando los mineros no huían del
mal trato y la rudeza de la labor, morían por cientos. Se anota que entre 1616
y 1620 hubo un hundimiento en la mina que mató a toda una cuadrilla de
indígenas. Como quiera que fuese algo se extraía, entre otras cosas, hierro,
que proporcionaba el material para la demanda creciente de herrajes que durante
la Colonia se utilizaron en grandes cantidades, incentivando una estupenda
capacidad para trabajarlos que hasta hoy se conserva. Otra actividad que
alcanzó renombre fue el cultivo de la seda; en el siglo XVIII Tehuantepec
sorprendió a todos con su delicada "seda de Vinuesa". En los tintes para
tejidos, los naturales aportaron el color grana de la cochinilla, un insecto
parásito cuyo cultivo se da en el nopal, y cuyo proceso para obtener el tinte
sin igual de brillantes tonos que van del rojo encendido al violeta y firmeza
sin igual hasta hoy es un secreto de la región. De tejidos artesanales también
había toda una tradición prehispánica; mantas de Jamiltepec o Villa Alta
viajaban en los barcos que salían del Nuevo Mundo; lo mismo mantas de algodón,
que sarapes, huipiles y otros tejidos cuyos beneficios casi nunca llegaban a
sus originales manufactureros. En honor de la verdad, hay que decir que mucho
de lo que se hizo desde un principio para acabar con el mal trato al indígena
fue obra de los evangelizadores, que los defendieron y les enseñaron las sinuosidades
de la nueva cultura. Los frailes llegaron junto a la espada de la conquista.
Algunos malhumorados, excesivamente celosos de su religión, que intentaban
meter a como fuera, destruyendo sin piedad templos y creencias. No así otros,
de alma, sensibilidad y conciencia más profundas. Mención entre estos últimos
merecen fray Gonzalo Lucero y fray Bernardino de Minaya, que arribaron a tierra
oaxaqueña en 1528; se dedicaron con paciencia a ayudar a los indígenas
brindándoles junto con la evangelización el conocimiento del uso de varias
herramientas. Luego del 21 de junio de 1535, cuando el Papa Paulo III expidió
una bula aprobando el obispado de Oaxaca, el tercero en América, el primer
obispo Francisco López de Zárate, de inmediato se impresionó con la cantera de
mármol verde y le temblaron las manos para utilizar el material en la
construcción de templos e iglesias. Entonces se iniciaron los colosos arquitectónicos que ahora se
admiran, y que en Oaxaca, entre los más antiguos, destacan las iglesias de
Yanhuitlán, Teposcula (1550), y la capilla de Cuilapan, fundada en 1555. Otros
de arquitectura religiosa española son la iglesia de Tlacochahuaya y los
conventos de Santo Domingo y Santa Catarina. En 1576 los jesuitas fundaron el
colegio de San Juan, el más antiguo de Oaxaca, al que le sucedió el de San
Borja. El obispo Ángel Maldonado informaba que en los albores del siglo XVIII
había en Oaxaca cuatrocientas escuelas, con la virtud de ser bilingües. Un
monumento excepcional es también la Biblioteca de Santo Domingo, formada desde
los inicios de la Conquista, hasta conformar el formidable acervo de la
Biblioteca del Estado, hoy patrimonio de la Universidad Autónoma Benito Juárez
de Oaxaca. Se dice que este acervo bibliográfico es hoy uno de los más ricos de
América, porque preserva Crónicas de quienes vivieron la Conquista y otros
documentos que lograron rescatarse de los vencidos, como la mayor cantidad de
Códices indígenas que existen, donde se rescata la tradición de uno de los
asentamientos humanos míticos de nuestro continente".
Los indígenas oaxaqueños, como en general el
natural de nuestra América, es un hombre limpio que rinde desde que nace culto
al uso del agua, por simple higiene y por sabiduría acerca de los poderes
ocultos de la leche de la naturaleza.
Ellos piensan que de los cerros nace el agua; en las zonas istmeñas oaxaqueñas y del valle
nombran dani, al accidente geográfico que permite al agua escapar del corazón
del cerro; así encuentra explicación a los muchos ríos que cruzan la zona, y
los acueductos y canales que siguieron
utilizando los españoles, muchos de los cuales están aún en uso.
Al poderoso río Mixteco, que reúne las aguas
de varias otras fuentes, se le ve desembocar en el Atoyac, para dignarse
tributario del Mezcala, parte oriental del famoso Balsas. Al Atoyac muchos ríos le dan vida, como el
Etla, el Tlacolula, el Salado y el Miahuatlán, hasta que se convierte en río
Verde, y recibiendo otras aguas cruza la
Sierra Madre del Sur.
Por Pinotepa y Jamiltepec siete arroyos refulgen como plateados
listones, entre ellos el Tierra Colorada, el Tecoyames y el de la Arena. Dieciséis corrientes se conjuntan en la
Sierra al mar, formando una filigrana entre el Verde y el Tehuantepec,
contenido en la Presa Benito Juárez desde donde se le da paso a Bahía Ventosa.
Desde la Sierra Atravesada, los ríos Juchitán y Ostuta son guiados hasta los
espejos de plata que son las lagunas Superior y Oriental. Impetuosas a la vertiente del Golfo llegan
las corrientes bravías del Papaloapan y Coatzacoalcos, que son como mares por
el ímpetu líquido que encierran. Tanta agua, sin embargo, no es suficiente,
porque no llega a las tierras altas coatzaqueñas, que padecen sed, por lo que
la agricultura allí no es favorable.
Como tampoco lo es tanta cordillera que, no siempre, vuelve difícil la
vida porque cansa al final la neblina perpetua, como al Principio. El mar de Oaxaca sí que nunca cansa, por eso
tal reverencia a él, tanto respeto y temor: Nizataopani, el mar es para los
zapotecas un inmenso ser vivo que se enfurece cuando algo rojo se le acerca,
que es bueno pero de mal genio, por lo tanto, si se camina junto a él, hay que
hacerlo con cuidado para que no envíe la ola brava que arrebata al hombre de su
entorno, ahogándolo.
Agua que une mares, lagunas y ríos con
extensos litorales, y sus puertos, bahías, puntas, playas bellísimas, barras,
cabos que estimularon desde antes que naciera la imaginación de la gente de
esta tierra... las bahías, por ejemplo, se arrebatan lo mejor; Puerto
Escondido, Puerto Ángel, Salina Cruz, Ventosa y Huatulco. Estuve en Huatulco en
1988, cuando se iniciaba lo que hoy es un importante foco turístico; fui
invitado por la Secretaría de Turismo de México, y debo decir que sus aguas son
de las más limpias que puedan verse, uno se baña entre peces exóticos y arenas
doradas de sol. Otras que presumen con sus entradas al mar son Chacahua con su
Punta Galera, o la Bahía de Punta Conejo. Otras más tienen su isla, como la de
Tangola. Parajes inolvidables conforman muchos puntos oaxaqueños, tanto que de
solo estar allí uno se anima naturalmente, quizás por eso desde siempre el
hombre de la región alaba a sus dioses para que le conserven su mundo. He
visto, “a la hora en que van muriendo nuestros ojos” ("biá ziyati lú
miati" en lengua zapoteca), es decir, al anochecer, cuando está
oscureciendo he visto a los oaxaqueños rogar a sus dioses e implorarles que
protejan su tierra, tributando a dioses que viven aquí, que habitan en cada
recoveco de esta geografía violenta, caótica, agresiva, que cuando Hernán
Cortés le explicó al Rey de España, simplemente arrugó una hoja de papel y
extendiéndola ante los ojos soberanos le dijo que, de ese modo podía
comprenderla mejor.
Converso con el dorador de maderas, maestro
Esteban de Robles, un vigoroso defensor de las tradiciones de su pueblo, un
hombre sabio de Oaxaca, quien además de preservar un arte único, es un
"letrado", el que guarda el conocimiento heredado de sus mayores; lo
he conocido en el Barrio de los Artistas donde tiene su taller y enseña a hijos
y nietos; de sus manos, como antes de las de sus padres y abuelos, salen esos
dorados que desde hace siglos bañan ángeles tallados en finas maderas de la
región; él también preserva la técnica del color de la cochinilla, que en sus
tonos granates únicos guarda en su fabricación un secreto oculto a los
profanos. Natural de San Miguel Sola ("ahora lo nombran Sola de Vega, sin
causa posible"), un pueblo situado a ochenta kilómetros al Suroeste de la
ciudad de Oaxaca, el maestro Esteban nos dice que "a pesar de los
suntuosos templos católicos que comenzaron a levantar los españoles a su Dios y
santos; a pesar de que nuestros templos yacían destruidos ocultos por el manto
de la vegetación, hundidos en la tierra o utilizadas sus bases para construir
los santuarios importados; a pesar de la violencia empleada el antiguo
pensamiento siguió vivo en los corazones y en la mente de los oaxaqueños,
quienes disimulando hasta donde era posible siguieron practicando sus rituales.
El México físico antiguo desapareció, pero la metafísica hasta ahora
sobrevivió".
De acuerdo a lo que afirma Pedro Sánchez de
Aguilar en su "Informe Contra Idolorum Cultores" (Madrid, 1639), de
rigor, todos los indígenas de México estaban expresamente fuera de los usos
drásticos de la Inquisición, "como plantas nuevas en la viña del Señor, no
se les podía aplicar el mismo rigor por sus aberraciones de la fe". Para
juzgar las culpas de sus extraños ritos y superstición era suficiente la
justicia eclesiástica ordinaria, "y aún la competencia de ésta se vio
atacada por las autoridades civiles", lo que era un reflejo de la pugna
que había entre la justicia civil y eclesiástica, especialmente en el siglo
XVII; lo que permitió las prácticas antiguas de adoración dando por sentado que
eran costumbres paganas que poco amenazaban el crecimiento de la invasión.
El maestro Esteban es dorador de soles,
rayos de luz y brillos de lunas, "que desde la construcción del primer
santuario católico, fueron incluidos entre los iconos que acompañaban a las imágenes.
Así, muchos entraron al comienzo en los templos nuevos porque en ellos podían
adorar al mismo Sol y encender candelas a la Luna, como hasta hoy día se
practica. La práctica religiosa no-cristiana de la región de San Miguel Sola,
donde nací, es semejante en toda Oaxaca, y se basa en la creencia de la
existencia de, por lo menos, trece dioses. Si por regla general, en cualquier
religión, el conocimiento de la metafísica es esencialmente esotérico y
limitado a los sacerdotes, con más razón lo fue en una tradición practicada en
las sombras; a partir de la Conquista, era una religión pisoteada, con sus
templos violados, sin el esplendor anterior de un culto practicado
abiertamente. Antes de la Conquista, cualquiera podía conocer cuando menos los
nombres y atributos principales de los dioses mayores, porque ahí estaban sus
templos a la vista de todos, oficiando los sacerdotes y asistiendo los fieles,
quienes, además, tenían efigies de los mismos dioses en sus casas, y dirigían
hacia ellas sus plegarias. Ahora todo esto había desaparecido y con ello la
omnipresencia de la religión antigua. Ni siquiera los conocimientos más
elementales eran del dominio general; sólo se conservaban como tradición
subterránea entre los letrados, quienes indicaban en las consultas cuál de los
dioses intervenía en cada caso. Uno recibe el conocimiento de sus padres, por
tradición oral, aunque desde siempre existieron escritos que también se han
traspasado de unos a otros, y que eran ciertamente sagrados; ahora las cosas
han cambiado, porque antes estos escritos sólo era posible rescatarlos en amate
escrito a mano por letrados que debían dedicar su vida a ello, ahora muchos de
estos escritos han sido traducidos y publicados formalmente en libros, lo que
junto a la educación del pueblo, aunque existe aún mucho analfabetismo, permite
de alguna manera que el conocimiento esté al alcance de quien desee acceder a
él".
Remontándose en los más antiguos de sus
mayores, el letrado maestro Esteban afirma las declaraciones de Diego Luis, que
aprendió de Diego Yaguila, indio antiguo de San Miguel Sola que no se sabe de
quién aprendió. Diego Luis declaró los datos acerca de los trece dioses a
Gonzalo de Balsolobre a partir de 1635. "Ahora, yo mismo, Esteban de
Robles, declaro estos atributos afirmando como sigue para cada uno de los trece
dioses y ofrenda y acto ritual para cada cuál:
1) El primero, Leraa quitzino, que quiere
decir el dios Trece. El dios de todos los otros trece dioses. Su ofrenda es el
encendido de copal o candelas, siempre en número de trece. Cuando se llevan las
candelas a una iglesia, entonces las reparten en todos los altares existentes,
al igual que trece pedazos de copal. El trece encierra el concepto de
totalidad.
2) El segundo se llama Licuicha Niyoa, que
es el Sol; es el dios de los cazadores. Se le ofrendan cantos y letanías. En
sacrificio se le ofrendan ayunos y abstinencia sexual.
3) El tercero se llama Coqueelaa, que es el
dios de las riquezas; el abogado de la grana. Dios Padre. Su ofrenda es una
gallina blanca de la tierra. Se deben emprender los viajes precisamente el día
que él gobierna.
4) El cuarto se llama Locucui, que es el
dios del maíz y de toda la comida. Se le ofrendan los primeros elotes (choclos)
de la milpa, y se le quema copal rociado con sangre de gallina de la tierra. Se
le ofrendan ayunos de dietas específicas.
5) El quinto, Leraa Huila nombrado también
Coquietaa, es el dios de los muertos. Se le ofrenda en sacrificio de uno a tres
pollos negros de la tierra, o de un perrillo que puede ser negro o blanco.
6) El sexto, que se llama Nohuichana, es la
diosa del río o del pescado o de las preñadas y paridas. Es la diosa de la
vida. Es invocada en el parto y recibe ofrendas en la muerte con su nombre de
Leraa Huila; su ave de sacrificio es una gallina pintada de la tierra. En
sacrificio se le ofrecen dietas específicas, abstinencia sexual entre lunas y
baño ritual.
7) El séptimo se llama Lexee, que es el dios
de los brujos o de los ladrones. Respetado también como causante de los sueños.
Se le ofrendan cantos y letanías y una candela de color. En sacrificio se le
ofrece un perrillo de color.
8) El octavo se llama Nonachi, que es el
dios de las enfermedades. Se le ofrendan cantos y letanías y candelas blancas.
Se le ofrenda en sacrificio abstinencia sexual para que actúe en uno a través
de esa fuerza extra que se almacena. Se le ofrenda dietas específicas de
alimentos de un color generalmente verde o rojo según el mal. El verde limpia y
vigoriza. El rojo fortalece y aumenta la sangre. Se le ofrece baño ritual.
9) El noveno, Locio, es el dios de los rayos
que envía el agua para que se den las sementeras. De él depende el éxito de la
cosecha. También se le ofrendan los primeros elotes de la cosecha. Su ave de
sacrificio es una gallina negra de la tierra.
10) El décimo es Xonatzi Huilia, que es la
mujer del dios de los muertos, a quien se sacrifica por los enfermos y por los
muertos. Se le ofrendan cantos y letanías. Se le sacrifican gallinas de la
tierra. Se le ofrenda abstinencia sexual.
11) El undécimo es Cosana, que hizo los
montes, árboles y piedras, que está en las honduras del agua, a quien se
encienden candelas y quema copal antes de pescar. También se le nombra
Nosanaguela, por ser un dios relacionado con el mar; se le ofrendan cantos y
baño ritual.
12) El duodécimo es Leraa Queche, que es el
dios de las medicinas, de la sabiduría del mundo verde, las plantas, árboles y
seres de la naturaleza vegetal. Se le ofrenda una gallina en sacrificio y
petición. Se le ofrendan dietas específicas y baño ritual.
13) El decimotercero es Leraa Cuee, el dios
de los antepasados. Se le ofrendan los primeros chiles (o ajíes), elotes y el
anís, candelas blancas o de colores y cánticos de agradecimiento por la vida.
Se le ofrendan dietas específicas, abstinencia sexual entre soles y baño
ritual.
Es así como ahora en esta ciudad capital de
Oaxaca, yo mismo, Esteban de Robles, natural de San Miguel Sola, declaro estos
atributos afirmando como es para cada uno de nuestros trece dioses".
Desde la llegada de los españoles, el culto
que se rindió a todos estos dioses forzosamente, dijimos, tuvo que ser discreto
para no despertar mayores sospechas ante los ojos de los sacerdotes y personas
cristianas; desde entonces abiertamente sólo se limitó a ofrenda de candelas en
las iglesias cristianas, y en la intimidad familiar al sacrificio de aves de la
tierra y perrillos, ayunos con dietas específicas, abstinencia sexual, baños
rituales, uso de aromas en que destaca el copal, y otras prácticas que se han
preservado por escrito desde el siglo XVII. El sincretismo religioso con el
nuevo culto, el maestro Esteban lo explica así: "Como una parte del culto
indígena pagano consistía en llevar candelas a la iglesia cristiana, esto
pronto dio pábulo a una curiosa identificación entre los dioses antiguos con
las efigies de los santos católicos. Se dio por entendido que las velas que
debían llevarse a la diosa Nohuichana se pusieran en el altar de la Virgen,
especificándose en este caso, que en el de la Virgen del Rosario. La ofrenda al
dios Coquielaa se ubica frente a la efigie de San Juan. En algunas comunidades
el Santo Cristo recibe velas destinadas a Nosanaqueya. San Simón es
identificado entre los brujos con Lexee, a quien encienden sus candelas. En los
pueblos pescadores de la costa oaxaqueña de inmediato se identificó al dios
Nosanaguela con San Pedro, quien recibe sus ofrendas. Esta identificación, en
cambio, no se da en otras prácticas que se conservan desde la antigüedad, que
se conservan sin variación, como los baños rituales que deben ser hechos con
agua pura, que no está contaminada con ningún elemento y que debe ser
trasvasijada para agregar con el movimiento oxígeno al líquido antes de ser
utilizado como ofrenda. El nuevo día indígena comienza a la puesta del Sol, por
eso para los ayunos rituales que se ofrecen a todos los dioses, se cuentan las
24 horas de víspera a víspera. La víspera indígena es la hora de la oración, el
canto y la letanía. Las penitencias, los baños rituales, en cambio, son siempre
al amanecer al salir el lucero", -termina el maestro dorador Esteban de
Robles.
He estado muchas horas en el mercado de
Oaxaca: semeja lo más igual a los "tianguis" que describen los
cronistas en sus Relaciones de la Nueva España. Es casi imposible enumerar todo
lo que se vende, porque en los fines de semana, especialmente el día Sábado,
llegan con sus mercancías de todos los puntos, y es enorme la variedad de
comidas, son muchos los artefactos, baratijas, adornos y obras de arte
auténtico en los más variados materiales, la piedra, la madera, la tela, y las
lanas bordadas, el inefable hierro trabajado sin igual en las más diversas
formas y para todas las utilidades posibles de imaginar. Son dos cuerpos de
edificación; en el primero, el más grande, venden propiamente comestibles en un
ambiente agradable; se ven flores bellísimas siempre frescas alrededor de la
pila del centro, y en los costados ropa, sarapes de brillante colorido,
barrilería, y del otro lado numerosos artefactos de jarca: hamacas, morrales,
redes, cinchos, anqueras y todo lo necesario para el hombre de campo y sus
animales. El otro edificio es principalmente para cosas del hogar, como loza:
negra, que es la preferida, loza de color natural, loza vidriada, verde o color
de vino, o fina loza policromada como la de Talavera. Campanitas negras de
sonido metálico, candeleros para altares, braserillos de tres pies para quemar
copal, ollas de greda roja y negra de todas formas y tamaño, redondas, ovoides,
fusiformes. Jardineras agujereadas, para colgarlas del techo de los corredores
en todas las formas y tamaños; juguetes estrafalarios, monos negros con un
gesto perpetuo, elefantes prehistóricos, manatíes y tortugas entre globos de
cristal llenos de agua teñida o custodiando formas religiosas. Se venden
legiones de santos de barro, toda una procesión con sus imágenes, figuras
pequeñitas y medianas, pintadas a lo vivo, con fuertes colores, con intenso
sabor popular. Junto a los puestos de loza están los de cestos y canastas; una
infinita variedad, las más finas con su tapa, están hechas de otate y de
carrizo para resistir golpes; hay petates y esteras de palma bellísimas que
dobladas hacen un pequeño bulto y extendidas cubren hasta tres y cuatro metros.
Escobas y abanicos de palma, también cintas y sombreros, toda clase de ellos.
En otro lado venden los hierros: la mayor variedad de formas y utilidades
posibles. Por otro lado venden la leña; por otro el maíz en rubios montones
apilado... abundan los vendedores de tejate, una bebida refrescante de los más
variados sabores, y los neveros (he probado exquisitos helados de flor de
calabaza, de maguey y otras plantas que son únicos de Oaxaca).
Un interés principal del mercado son las
indias vendedoras, que vienen desde pueblos remotos del Estado, cada una con
sus ropas y productos autóctonos; el mercado es su meca y su emporio: llegan
con uno o dos días de anticipación, venden la mercancía que han traído de sus
pueblos y compran lo que les falta. Si les queda dinero, permanecen el domingo
en la ciudad, invaden los bancos del jardín interior oyendo embelesadas la
música de las bandas que ahí se reúnen; en la tarde del domingo se van para
volver la próxima semana; sin abandonar la población antes de haber orado con
fervor junto al altar del cercano templo de la Virgen de la Soledad, sin antes
haber frotado sus piernas con el polvillo que suelta la roca incrustada a la
derecha de la entrada del templo, para tener fuerzas durante la caminata de
regreso. Sentadas con las piernas cruzadas a la manera de sus ídolos antiguos,
parecen esculturas monolíticas: las de la Sierra son morenas y serias, muy
propias; las de la Mixteca son claras y de facciones muy agradables; las de
Yalala se dice que son aristocráticas como ninguna, tienen su fina cabellera
trenzada con cordones de algodón negro y encima una especie de tocado blanco
que les cae sobre la espalda, de vestiduras blanquísimas, con su andar lento y
majestuoso por ese tocado tan alto que llevan con gran prestancia. Me dicen que
por las cercanías de las fiestas de Etla, se ven muchas Tehuanas, que envueltas
en sus ropas bellísimas son las más atractivas y alegres. Casi todas las
oaxaqueñas llevan cubierta la cabeza; hacen una especie de turbante con el
rebozo y hasta las más humildes cubren su cabellera, enrollada en cintas
negras, con la misma jícara o calabaza pintada en que beben y comen. Muchas
amamantan sus niños. Las mujeres herbolarias son las más populares y tienen
gran importancia en Oaxaca, porque alivian las enfermedades del pueblo con sus
conocimientos de plantas cultivadas por ellas y sus mayores desde hace miles de
años. El día Sábado es formidable. Los que han llegado tarde se instalan con
sus productos en las calles adyacentes; un hombre se acerca corriendo a una
campana que cuelga en el centro del mercado y da tres campanadas que se oyen en
todo el recinto: es para llamar a la policía: algún ladrón o una pendencia,
aunque debemos anotar que el sitio es seguro para el turista, que encuentra
aquí artefactos inimaginables y alimentos únicos. Son las comidas de cada país
como la ficha antropológica integral del pueblo, como su marca integral,
colectiva, historia del cuerpo y del alma, y uno siempre termina en el ambiente
del mercado preparado para servir platos de la región.
Probando los sabores de Oaxaca se sabe más
que todo lo que dicen los libros. Para comprobar la riqueza basta ver en este
mercado la variedad de comestibles para comprobarlo. Las clases de quesos son
inacabables; los quesillos de tiras angostas, trenzados, son riquísimos. Hay
una infinidad de panes entre los cuales me pareció muy sabroso uno muy fino al
que llaman resobado, mantecoso, salado, ideal para la comida. Fuimos invitados
a comer tamales oaxaqueños, que en Chile se emparientan con las criollas
humitas de maíz, pero rellenas, que se envuelven en dos hojas de plátano
cruzadas que se van abriendo como un libro; que cuando termina de abrirse brota
el suculento tamal, no duro como suele ser el de la Ciudad de México, sino
pastoso, abundante de salsa y pollo. También fuimos invitados a probar la
cumbre de la comida oaxaqueña, el famoso mole, que tiene varias formas de
preparación; el que he probado es negro como el carbón, de sabor menos
complicado que el mole de Puebla, pero igual de exquisito al paladar. Son los
de Oaxaca unos sabores en los que la vida parece regocijarse y suavizar un poco
sus contornos.
También llamó mi atención esa forma
inconfundible que utilizan los oaxaqueños para decir las cosas; su modo de
hablar es especial en un país del mundo en que cada provincia, cada región,
cada pueblo tiene su propio dialecto y habla de manera distinta. En Oaxaca el
acento del citadino no sólo es peculiar, no sólo la ll se pronuncia suave y
larga, como g francesa, sino las palabras varían en su ubicación, su
construcción de las frases es diferente sin cambiar el significado. A veces son
muy castizos o rescatan sonidos que vienen de su pasado olvidado. Utilizan el
verbo por sí solo como una afirmación.
-¿Tiene usted libretas de notas? -pregunto a
una vendedora de cosas construidas con el bello papel amate, y ella simplemente
contesta:
-Tengo.
Otras veces, la construcción da a la frase
un sonido exótico:
-¿Cómo ha usted estado? ¿Ha usted estado
bien?
Algunas palabras son alteradas en su
significación por parecer más lógicas al pueblo. Así, en vez de limonero, dicen
limonar; en vez de manzano, dicen manzanar; en vez de naranjo, naranjal. La
alteración consiste otras veces en la morfología de la palabra para darle mejor
concordancia, como el siguiente piropo muy usado en el mercado:
-Adiós preciosa, encantosa, pantorrilluda,
¿me quiere?
Otra peculiaridad consiste en reunir
palabras que por su índole no se traen, como los verbos con las interjecciones:
“¡Mire, ah...!”, que resulta de una simpleza extraordinaria. En este caso el
verbo es por sí solo una interjección y su efecto queda destruido al usarlo con
la interjección ah, indefinida, como escapada de un profundo pasado.

“Las
campanas claro dicen (Llorona),
sus esquilas van volteando:Si mueres, muero contigo (Llorona)
si vives, te sigo amando;
es cierto lo que te digo
(¡Ay de mi Llorona!):
puedes publicarlo en bando...”
ARCHIVO: Artes e Historia-México
© Waldemar Verdugo Fuentes.
Fragmentos publicados en “Oaxaca, Patrimonio de Todos”,
Revista del Domingo de El Mercurio, Chile, 10 de diciembre de 1989.
PAISAJE DE MÉXICO